martes, 30 de octubre de 2012

Agencias de calificación o la videncia oficializada.

Recientemente se ha dado a conocer un estudio publicado por el boletín del Banco Central Europeo que ha validado empíricamente lo que era una sospecha: cuanto más encargos realice el emisor de la deuda a la agencia, mejor será el “rating” que obtenga (enlace).

El estudio, para llegar a esa conclusión (que para muchos podía ser obvia) ha requerido el manejo de miles de calificaciones emitidas durante un extenso periodo de tiempo.

Sin embargo, lo que resulta sorprendente es que las agencias nunca publican la metodología que emplean para realizar sus calificaciones, con lo que se impide algo que es esencial en la ciencia: la posibilidad de revisión o contratastación por un tercero de los resultados.

A pesar de ello, esas calificaciones han gozado y siguen gozando de un estatus oficializado al exigirse por las regulaciones bancarias y por los bancos centrales para los productos financieros la obtención de una o varias calificaciones de carácter positivo por parte de estas entidades.

Elevando humildemente esta circunstancia a un plano distinto y más general, planteo la siguiente paradoja: si la modernidad se ha caracterizado por la generalización del uso de la metodolgía científica, y gracias a ello se ha han obtenido avances importantes en el conocimiento, la presencia determinante en el mundo financiero de metodologías no sometidas al escrutinio científico, sino al criterio de autoridad, plantea el problema de la persistencia de los modos del pensamiento premoderno en un ámbito dominado de forma paradigmática por una teoría económica basada en el “racional” homo oeconomicus.

No soy economista y tampoco quiero poner en cuestión los planteamientos de posturas postmodernas. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, la metodología científica fundada en la posibilidad de contrastación de los resultados (y no en la opacidad de cómo se ha llegado a los mismos) es una seria y trabajosa labor que difícilmente puede desvalorizarse. Por ello, resulta sorprendente que instituciones que se comportan como adivinos tengan hoy un estatus reconocido oficialmente por las instituciones que “gobiernan” nuestra economía.